jueves, 31 de marzo de 2016

Amaranta Buendía

         Puedo decir, con exactitud, que 3 cosas me cambiaron la vida:
  1. Descubrir que Feng Shui se pronuncia ‘’Fong Shué’’ 
  2. Adentrarme en el internet a los 10 años (un poco más tarde que mis contemporáneos)
  3. Aprender que, a pesar de la eterna discusión sobre la tabula rasa o el ‘’nacer con la hoja totalmente en blanco’’, algo sí hay por seguro: la personalidad la desarrolla cada quien según las circunstancias, pero el temperamento, la regulación del sistema nervioso, esa se hereda.
Desde que lo supe aprendí a quitarme un peso de encima: no soy tan ‘’así’’ por gusto. También empecé a jugar un juego conmigo misma: descubrir quién fue el cabrón que me hizo así de tibia. Obviamente el culpable no estaba en las inmediaciones de mi casa; a mi mamá y a mi hermano menor les sobra el gregarismo y la extroversión que a mí me falta, pues en 21 años no he podido perfeccionar el arte de hacer amigos en la fila del McDonald’s. A mi hermano mayor le tocó la suerte (no sé si buena o mala) de ser como mi papá: la llave inglesa en una mano y el dedo firme en la otra. Corto, eficaz, recto y al grano, ‘’que las cosas se hacen bien, o no se hacen’’. 

Verás, la hermana menor de mi abuela materna vive la mitad del año en México y la otra mitad en EU. Cuando vive acá, soy la primera en enterarme porque es nuestra vecina de a lado. A mí antes me gustaba mucho ir con ella cuando estaba sola, lo cual era difícil porque los amigos hacían fila para visitarla. Pero es que de verdad te ofrece todo el paquete: te hace reír, te sirve la mejor comida del noroeste y es tremendamente impredecible con sus chistes picantes. Aunque para mí, la mejor parte era agarrarla sola. Es la única persona que me dice ‘’Carmencita’’ en la vida real (todos los demás prefieren el diminutivo ’’Carmelita’’). Ella todavía dice ‘’Doña’’ cuando cree que una mujer está a la altura. Es la única en la familia que se animó a divorciarse si un hombre no le parecía y terminó casándose por tercera vez con un norteamericano que a pesar de tanto tiempo todavía no habla muy bien el español.

Ir a visitarla era un vicio que me desgastaba y siempre me terminaba deprimiendo. La verdad es esta: me hablaba de su juventud a detalle y esa era la parte triste. A los 13, aproximadamente en 1950, ella escapaba de su casa en las noches y se iba a la cantina a cantar las canciones que se aprendía de las películas. Escogía la cantina porque los señores ebrios lloraban al escucharla, y entre más lloraban más dinero daban. A los 14 tuvo un novio torero y ella le curaba las heridas. A los 15 ella atendía en la cantina y le gustaba provocar peleas cuando se aburría. Todas las historias tenían una villana en común: su hermana mayor, mi abuela. Mi martirio era al final, cuando me iba a mi casa, pensaba en las anécdotas y asimilaba la verdad incómoda, si mi historia fuera la suya yo tendría el papel de la hermana. La aburrida que no se animaría a cantar ni en el baño, la aguafiestas perpetuamente ansiosa y con un marcado sentido del deber. La Amaranta Buendía del noroeste de México.

Mi tía-abuela siempre terminaba las historias diciendo, con el aire más nostálgico posible ‘’Ojalá hubiera estudiado, tal vez fuera alguien en la vida. Ojalá pudiera haber sido más como tú, me hace muy feliz ver que tú sabes todo, madrecita, todo, de verdad’’. Y eso me era lo más triste, me dolía hasta la piel oírla decir eso porque yo lo que quería era ser más como ella. 

No quiero dormir sola, dir. Natalia Beristáin (2012)

A estas alturas ustedes ya intuyen quién es mi match temperamental, pero la verdad a mí me tomó más tiempo, casi 20 años. Un día, por necesidad educativa, tuve que acompañar a mi abuela a su reunión semanal de la sociedad de adultos mayores, yo iba libreta en mano, y ella, con su bastón que no necesita pero igual usa para que la dejen tranquila. El camino fue más o menos ella diciendo todo el tiempo ‘’¿será prudente, Carmelita? no avisé que llevo acompañante, ¿y si la presidenta me pregunta, qué le digo? ¿te presentas tú o te presento yo? ¿y si…?’’. Por primera vez en mi corta y seca vida sentí tanta empatía hacia alguien que tenía en frente. Esa ansiedad yo la conozco demasiado bien. I am the sooooon and the heeeeeeir of a shyness that is criminally vulgaaaaar.

El regreso a casa fue aún más metafísico. Le pregunté con curiosidad honesta por qué ella no tenía ningún grado de estudio y la historia que me contó es una historia que se repite mucho en mi vida. Lo que pasa es que en realidad sí fue a la escuela, pero como se mudó muy tarde al pueblo donde se estudiaba, ella era cuatro años mayor a sus compañeros de primer grado. Se burlaban de ella por ser casi tan alta como la maestra pero peor que ellos para la lectura y redacción, y la verdad es que hay un límite para el nivel de ansiedad que puede uno sentir en la vida diaria. Le suplicó a su madre que no la enviara a la escuela más, nunca. La idea de hoy, a su edad, tomar un libro y aprender a leer le aterra tanto como le aterraban esos niños. 

En mi caso muy particular, la escuela era mi lugar a salvo, pero la vida diaria muchas veces te pone niños aterradores en cada esquina. Mis niños aterradores fueron, a los 5 años, mi maestra de ballet, quien en una ocasión harta de mis pies izquierdos detuvo la clase y me puso al centro y a todas las demás alrededor. Tenía que hacer toda la pieza yo sola y si me equivocaba todas las niñas tenían el derecho, la obligación, de gritármelo, reír y arrojarme sus calcetas. Nadie me creyó, por supuesto, y mi mamá pensó que era la nueva excusa que me había inventado para salirme de ballet, el club extracurricular al que ella me inscribió a pesar de que rogué que fuera piano. Tengo 21 años y la idea de una pista de baile hace que me tiemblen las rodillas.

A los 7 años, fue mi maestra del catecismo cuando, enojada porque tiré accidentalmente la pintura del mural de pascua sobre su bolso, me advirtió que el día de la comunión ella haría lo mismo con mi vestido frente a todos en la iglesia. Mis papás tardaron 2 años en convencerme de volver y terminar el catecismo; sólo accedí porque la maestra ya se había retirado.

A los 15, cuando supliqué que no hubiera fiesta y me dejaran hacer un roadtrip, mi papá me dijo que era una decisión sabia y que era yo una mujer muy inteligente. Fue la primera vez que sentí que lo decía orgullosamente en serio y no solo para compararme en broma con mis hermanos, más carismáticos pero menos cultivados. Él siempre hace eso mismo que Royal Tenenbaum presentando a su hija Margot con sus socios. ‘’Les presento a mi hija favorita, Carmen Gaxiola’’. Lo malo vino cuando unos días después, en una cena familiar, se burló de esa misma decisión que había elogiado, disminuyéndola, como si fuera un capricho infantil. Todos rieron y me dispararon mil veces con la pregunta ‘’¿por qué no fiesta? ¡¿te da miedo que nadie vaya?!’’ Rieron aún más. Todavía no lo perdono por completo.

Fue entonces cuando conecté los puntos, lo he tenido en frente todo el tiempo. Toda mi vida escuchando la misma frase: cuando yo y mi abuela presenciamos algo que nos parece vulgar, incorrecto o poco amable, levantamos el mentón y miramos de reojo. ‘’¡Ave María purísima, la misma cara de amargura!’’. Cada quien tiene su forma muy característica de cargar la cruz, mi abuela es trabajadora y perseverante, como la hormiga recolectora de La Fontaine; yo hago lo que puedo con mi intento de humor. Pero la verdad es que al final nuestra carga es la misma, en cualquier momento meteremos la mano al fuego hasta que duela, no nos quitaremos la venda porque por algo la pusimos y el día de nuestra muerte, recibiremos todas sus cartas para entregarlas al más allá. Pregúntenle a quien quieran, nos vamos a ir de este mundo tal como llegamos: Amarantas.

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